sábado, 10 de septiembre de 2011

Quién es esa niña

Algo queda después de la discusión sobre la responsabilidad de los medios, las fuerzas de seguridad y la Justicia –no necesariamente en ese orden ni en el mismo plano– en el peor desenlace que podía tener la desaparición de una niña y es esa imagen que se insiste en seguir reproduciendo como si hubiera que sostener la conmoción más allá de todo relato. ¿Pero qué es lo que se está mirando cuando se mira a esa nena que hace mohínes a la cámara? ¿Qué es lo que se nombra cuando se dice “niña”? ¿Por qué, a pesar de sufrir violencias extremas, sigue teniendo más repercusión lo que le suceda a una nena en Buenos Aires que a otra en Formosa?



Si recuperamos la pregunta de Sontag acerca de qué significa ser espectador de calamidades, la cuestión sería: ¿qué significa ser espectador de imágenes de niños, cómo se ubica el espectador-adulto, qué conlleva esa mirada, sólo se trata de contemplación o implica algún tipo de responsabilidad?”, escribe.

Sobre esa pregunta, la responsabilidad que nos cabe como multiplicadores de la imagen de Candela o de los chicos y chicas que retratan la marginación, el hambre o las publicidades, la Argentina tiene una tradición en la construcción de un paradigma específico sobre la infancia, esto es, de lo que hay que pensar y sentir hacia y sobre los chicos. Este paradigma estuvo atravesado por la irrupción del psicoanálisis y el peronismo, que a través de su lema “los niños primero” ayudó a fijar que la pregunta por la niñez es pertinente. El sentido y el alcance de lo que allí ocurre, como espacio que construye identidad y a la vez que prepara para el futuro, quedó plasmado en dispositivos institucionales que prepararon el terreno para una determinada visión de los más chicos con diferentes perspectivas: la utilización de la imagen infantil como emblema de lo inocente y áureo, aquello con lo que no se puede jugar, que no tiene soberanía pero sí una decisión de compra segura e independiente, habilitada por la experiencia del shopping, ese espacio que puede estar en cualquier lugar o en ninguno, donde se supone que los grupos de chicos y chicas más jóvenes pueden circular con relativa seguridad; una decisión de compra que la publicidad alienta y que el uso de Internet refuerza. Los niños y las niñas, los que habitan el colectivo infancia y que permanecen en ese limbo indiscriminado de nombrar a todo en masculino, son pensados desde el Estado y el mercado con gradaciones de poder mayores o menores según una conveniencia invisible pero casi siempre política o comercial. ¿Qué o quién es una niña para el mercado? Con sólo asomarse a las tandas y modelos que aparecen en los programas infantiles se puede contestar: una princesa que quiere un príncipe, que gusta de maquillarse, pintarse las uñas, dar una vueltita para mostrar lo que exhibe porque parece “una muñeca”, ser lo más similar a esa con la que juega, lo que querrá decir cuando sea más grande, parecerse a una Barbie o una de las rubias angeladas de los productos de Cris Morena. Las niñas son pensadas desde el marketing como pequeñas mujercitas que querrán verse “diosas”, cueste lo que cueste, y en esa vidriera la oferta del cumpleaños-spa o los realities kids son el ejemplo más acabado de lo que se espera de ellas.http://www.blogger.com/img/blank.gif

“Hay un antes y después de Candela en el imaginario que es falso, y es disciplinador, es un ‘ni loca la dejo ir sola a la nena’ como justificación válida para sacarle libertad a una piba, para quien es incontrastable discutir eso. Cuando los abusos son en su mayoría puertas adentro de la casa y del barrio, con los vecinos y parientes”, dice Susana Wegsman, licenciada en psicología, que aporta desde su experiencia en el Grupo de Mujeres 8 de Marzo en el Barrio Don Orione, Claypole: “Hay abusos sociales para con las mujeres en todas las clases sociales”, explica.

NOTA COMPLETA Página12 Suplemento Las12 Por Flor Monfort

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