Las/12Viernes, 03 de Agosto de 2007
Hace ya un cuarto de siglo que se acuñó la palabra sida y más de 20 años desde que se conocieron los primeros casos de vih en recién nacidos, niños y niñas. Médicos, organizaciones de la sociedad civil y organismos internacionales reconocen que las reper-cusiones del virus sobre la infancia no se han tenido lo suficientemente en cuenta. Los tratamientos que reciben son iguales a los destinados a adultos y eso dificulta la adherencia. En las escuelas este diagnóstico suele ocultarse para proteger de un mal peor que el virus: la discriminación. Niños y niñas, sin embargo, prefieren la verdad para así ser vistos y también tenidos en cuenta en sus particulares necesidades.
Por María Eugenia Ludueña
Debería tratarse de un error: los pañales descartables apilados junto al frasco de la Zidovudina (AZT) y el sonajero. Ese frasco no debería estar ahí. Ese nene de un año y cuatro meses no debería estar ahí; la boca de frambuesa que tienen los bebés, quieta en la cama número once de la sala de internación; la nariz de avellana que tienen los bebés conectada a una sonda. Este pabellón pediátrico de vih/sida del Hospital Muñiz, con sus patos y muñecos de goma-eva en las paredes, su cartel de “juguemos en silencio mientras el doctor cura a nuestros amiguitos”, debería ser un error. Tal como están las cosas es un acierto.
Los papás del bebé de la cama once le acomodan las almohadas. Tienen la espalda encorvada de preocupación. Son nuevos. Los padres de otros chicos se mueven en la sala con gestos precisos, tranquilos. Sus hijos vienen cada tres meses a una internación de medio día, programada por un seguimiento multidisciplinario. Este tratamiento pediátrico contra el vih –que ofrece apoyo médico, psicológico, nutricional, psicopedagógico, social y jurídico– es uno de los orgullos del equipo que lidera en el Muñiz el Dr. Roberto Hirsch, pediatra infectólogo y profesor de la UBA.
El doctor Hirsch vive para su record: desde el 19 de diciembre del 2000, cuando arrancó este tratamiento integral en la sala para niños, la 29 del Hospital Muñiz registra mortalidad cero. El bebé de la cama once no estaba en ese tratamiento, estaba en una casa humilde en un barrio humilde del conurbano. El bebé se enfermó y hasta que sus padres supieron que tenía vih –después de idas y vueltas, de hospital en hospital– pasó tiempo. Y acá está, muy grave, peleando para no convertirse en un número.
Lo triste de las cifras es que, hasta que se le ve la cara al bebé, nunca parecen ser lo suficientemente tristes. A fines de 2006 había 2.300.000 chicos viviendo con vih/sida en el mundo, 48.000 de ellos en América Latina y el Caribe, según estima la Organización Mundial de la Salud. Una sexta parte de las muertes relacionadas con el sida en el mundo son de niñas y niños que no llegaron a cumplir los 15, pero pocas veces se los menciona en las encuestas. Todos los años 300.000 niñas y niños menores de cinco años mueren por enfermedades relacionadas con el sida, señala Unicef, y alerta sobre la epidemia de vih en los niños como “El rostro oculto del sida”. Hasta hace poco ni siquiera se contaban las niñas y niños afectados por las consecuencias de la enfermedad, por ejemplo, quedarse sin padres por el virus. O quedarse con el virus.
La mayoría de los chicos con vih se infectaron de sus madres, durante el embarazo, el parto o la lactancia. La buena noticia es que existen tratamientos que reducen al 2% el riesgo de esa transmisión vertical, y la pésima –demencial– es que 1500 chicos por día se siguen infectando de vih en el mundo porque sus madres no acceden al diagnóstico o al tratamiento. Solo en el 2006 se infectaron con vih 540.000 chicos menores de 15 años.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-3508-2007-08-03.html
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